sábado, 21 de agosto de 2010

¿Qué pasa si nos unimos?.


La Duraznera es uno de esos vergonzosos monumentos a la miseria que abundan en nuestro país. Se trata de un terreno de más o menos tres mil metros cuadrados, donde se pueden contar cerca de 200 viviendas desvencijadas; con techos de lámina de cartón, tablas, clavos y corcholatas. Cada una tiene una superficie de 12 a 16 metros cuadrados, y ahí habitan –que no viven- de ocho a diez personas por pieza. Dos grupos de cinco letrinas inmundas son compartidas por más de mil 700 personas y sólo Dios sabe cuántas moscas. No hay agua corriente. La gente se lava a jicarazos, con agua que acarrean de quién sabe dónde. Niños descalzos, mujeres malhumoradas, borrachos y perros flacos, integran la población de este sitio en el que tres malnacidos cobran entre 500 y 750 pesos de renta a cada familia. Es una sucursal del infierno. Lo que hace peculiar, a La Duraznera es el hecho de que se encuentra rodeada de mansiones en pleno corazón de San Angel Inn –Tlacopac, para ser exactos-. En este lugar conviven con absoluto y mutuo desprecio el lujo y la degradación. Dos conceptos que, a veces, alcanzan a ser sinónimos.
En La Duraznera nació Jennifer hace ocho años. Y por si nacer ahí fuese poco, el destino quiso que la niña viniera al mundo con severos problemas motrices. La cosa es que cuando Jennifer tenía tres años, se arrastró hasta llegar a la calle y estuvo a punto de morir atropellada. Una vecina dijo que se había tratado de suicidar y a partir de eso se tejieron versiones y chismes crueles.
A su madre, entre ignorante y asustada, se le ocurrió que atar a la niña con una venda a la pata de la cama sería un buen remedio para prevenir incidentes en el futuro. Jennifer, a partir de ese momento, vivió amarrada.
A unos cuantos metros de ahí, en una de las mansiones, falleció hace ocho años, doña Alicia Delasaltascumbres. La mujer tenía 80 y tantos años y al morir legó a sus hijos, además de una cuantiosa fortuna, la silla de ruedas que acababan de comprarle días antes de su deceso. La fortuna se fue a los trámites con el notario y la silla a la bodega de triques de la mansión.
Un buen día, una amiga de la hija menor de doña Alicia, vio la silla de ruedas arrumbada y le pidió autorización para donarla. Cuál sería la sorpresa de la heredera al saber que la nueva dueña de la silla sería una niña que llevaba encerrada en su vivienda los mismos ocho años que la silla había permanecido almacenada a unos cuántos metros de la niña. Gracias a esa silla Jennifer vería de nuevo la luz. Parece mentira que los mexicanos no comprendemos lo que podríamos lograr si nos comunicásemos con quienes nos rodean.
A partir de esta historia reflexioné en lo que seríamos si trabajáramos unidos. ¿Cómo sería la vida si quienes nos rodean supieran nuestras necesidades y viceversa? Soy parte de la generación del 85 y me consta lo que los jóvenes de aquellos días lograron después del terremoto que derribó buena parte de la ciudad de México.
Todavía me emociono al recordar las brigadas de jóvenes que salimos a ayudar a quienes se encontraban en desgracia. En el lugar en el que yo estaba, había jóvenes de prácticamente todas las clases sociales. Hasta ahí llegó un grupo de muchachas para ofrecernos de comer. Habían preparado tortas y patrullaban la ciudad para alimentar a quienes trabajábamos entre escombros. Estas muestras de solidaridad se multiplicaron.
Ninguna institución hizo convocatoria alguna. No hacía falta. La mejor convocatoria que pudimos tener fue la magnitud de la desgracia que nos rodeaba. Al final cada quien hizo lo que tenía que hacer y las calles poco a poco se fueron vaciando hasta que nos volvimos a quedar sin fraternidad.
La desgracia del crimen organizado, de las mafias de delincuentes y la pavorosa situación de inseguridad que vive el país debiera convocarnos ahora para hacer lo que esté en nuestras manos para solucionar el problema. Llegó el momento de unirnos de nuevo, de conocer a nuestros vecinos, de organizarnos, hablarnos entre nosotros. No podemos quedarnos de brazos cruzados viendo cómo los delincuentes y los incompetentes acaban con nuestro país. Debemos unirnos, compartir información, experiencias, mañas, recursos, todo lo que pueda ayudarnos a salir adelante.
Llegó el momento.    
Fuente informativa: Eluniversal.com.mx    //    Fecha de publicación: Sábado 21-Agosto-2010.    //    Autor: Eduardo Sanchez Hernandez. 

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