miércoles, 2 de febrero de 2011

Adultos menores... por Paco Guisa

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Es de reflexionar lo que está pasando con los niños y jóvenes en el mundo y particularmente en nuestro país, cuando habíamos perdido la capacidad de asombro por todos los hechos violentos que reseñan día a día los medios de comunicación, nuevamente se nos erizó la piel al enterarnos que un niño de 14 años, Édgar Jiménez Lugo, “El Ponchis”, es considerado un jefe de sicarios infantiles producto del reclutamiento que la delincuencia organizada realiza entre la niñez para efectuar actividades delictivas en virtud de la inimputabilidad que les concede la ley. Aunque la utilización de niños no es nuevo en el bajo mundo, pues las historias de carteristas, roba chicos, rateros y jauleros que usan infantes para cometer delitos han sido reseñadas desde tiempo inmemorial, lo que resulta alarmante es que ahora los niños no solo son entrenados para robar sino también para matar. Esto nos lleva a reconocer que más que avanzar estamos retrocediendo en la lucha contra el crimen y, de continuar así las cosas, se está gestando un relevo generacional en el hampa, para evolucionar en una nueva generación más violenta y desalmada.

En lo particular estoy convencido de que no solo a las autoridades sino a toda la sociedad nos corresponde procurar un desarrollo conveniente para los niños y protegerlos de caer en la delincuencia, pues el clima de inseguridad y de barbarie en que se desarrollan nuestros niños y jóvenes lo hemos propiciado nosotros por nuestra insensibilidad ante una realidad presente todos los días en la calle y a la que damos la espalda creyendo que al no verla ésta desaparecerá mágicamente, la de miles de niños y jóvenes que en las esquinas se juntan en pandillas para drogarse y escapar a su vez de su propia realidad, donde la miseria, la violencia intrafamiliar, el alcoholismo de los propios padres y en la mayoría de los casos el abuso de familiares adultos, los hacen refugiarse en la convivencia con otros seres igualmente incomprendidos, convirtiéndose en presas fáciles de las drogas y en carne de cañón para la delincuencia.

Se ha dicho que la primera escuela para hacer hombres y mujeres de bien o para generar delincuentes es la propia casa, por lo tanto, la delincuencia infantil y juvenil no es más que un reflejo de la deformación de las familias, en consecuencia, culpar a la escuela, a los pandilleros del parque, a los vecinos de la colonia, o a la televisión, de convertir a nuestros niños en delincuentes juveniles -aún cuando debemos reconocer que todos estos son factores que influyen en su conducta- no son más que pretextos para deslindarnos de la responsabilidad de velar por la buena educación de nuestros hijos, pues es de recordar que el buen ejemplo de los padres, el amor hacia los hijos, la estricta vigilancia y corrección a tiempo de los errores, generan hombres de bien, desafortunadamente no todos corren con la misma suerte.

Es por ello que casos como el de Daiana, quien supuestamente fue violada por el cantante Kalimba, nos deja la interrogante de cómo una niña de 17 años puede con toda facilidad contratarse como edecán, trabajar en un bar (aunque fuera sólo un día), tomar la copa, trasladarse a un hotel y estar a solas con un adulto pues, dónde están los padres, en este caso los tutores, y dónde las autoridades responsables de proteger a los adolescentes. Por el escándalo que representa desviamos nuestra atención únicamente a la conducta del presunto violador y de la adolescente, pero en esta historia está implícito además el delito de corrupción de menores de quienes metieron a esta niña en ese ambiente y yo me pregunto además, no existe una enorme responsabilidad de quien tiene a su cargo el cuidado de esta jovencita.

En ese mismo contexto se inscribe el caso de la chihuahuense Rubí Marisol Frayre Escobedo, quien desde los 16 años, si no es que antes, vivía en unión libre con Sergio Rafael Barraza, su asesino. Aquí es muy lamentable la actuación de los jueces que liberaron al homicida, pero también es de analizar, con todo respeto para el dolor de la familia de Marisela Escobedo Ortiz, madre de la menor, quien a su vez fue asesinada mientras protestaba por la liberación de Sergio, si el dolor de ver liberado al asesino de su hija no se potencializó más al reconocer la irresponsabilidad en que incurrió al no protegerla y permitir que cayera, siendo casi una niña, en manos de un delincuente como este. Sin menoscabo de la responsabilidad del homicida, nos debemos preguntar: este lamentable suceso habría ocurrido si la vida de la menor hubiera transcurrido precisamente como menor y no convertida en adulta prematuramente. Irresponsabilidad de la madre o víctimas ambas del clima de violencia en que se desenvuelve nuestro país, en mi opinión son las dos cosas.

Es por todo ello que ante el número tan excesivo de casos donde ya sea como víctimas o como agresores se ven involucrados menores de edad, debe retomarse el debate sobre cuál debe ser la edad para juzgar a una persona como adulto, vamos, cómo resolver el hecho de que los jóvenes hoy en día se burlan de las leyes que los protegen a ellos mismos y las aprovechan en su beneficio, cómo vamos a superar el drama que representa reconocer que como sociedad somos responsables de la corrupción de la juventud, pero que a la vez no los podemos seguir solapando y tratando como niños cuando actúan como adultos.

Mucho se ha manejado que encerrar a los jóvenes en la cárcel es darles una beca en la universidad del crimen y tal vez quienes lo sostienen tengan razón, sin embargo algo hay que hacer, promover más la práctica del deporte, la música, la danza y la pintura sería un buen principio, apoyar todas las iniciativas de trabajo con jóvenes, desde las iglesias, los clubes sociales, las que se generen en los propios barrios y las de las instituciones del gobierno sería otro, además de fortalecer los presupuestos de las instituciones de apoyo a la familia como los Sistemas DIF, para que verdaderamente puedan ayudar a los niños y jóvenes cuando requieran apoyo psicológico, otorgándolo permanentemente a padres e hijos de ser necesario, pues es más útil el tratamiento a tiempo de los posibles trastornos de los niños que dejar que crezcan con las desviaciones que los conviertan más adelante en potenciales delincuentes y, finalmente, propiciar las reformas que incentiven la inversión que genere los millones de empleos que se requieren en el país, pues no debemos soslayar que una buena parte del problema tiene que ver con la falta de oportunidades.

En fin, es este un tema que debe afrontar el gobierno y la sociedad de manera urgente, pues si ya perdimos parte de esta generación de jóvenes en las drogas, en el pandillerismo y en la delincuencia organizada, lo menos que podemos procurar es que la siguiente tenga mejores condiciones para desarrollarse.

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